25 de janeiro de 2014

Los tartamudeos III

De repente empezaron los murmurios en monótona entonación. Él no podía entender. Por lo menos todavía, cuando daba sus primer pasos. Dijo una vez a su papá que estaba enfermo por no conseguir hablar, mientras este, en reacción, sonrió con su creativa analogía. Pasaban los días y las palabras parecían pesar más en los pulmones, exigiéndole cada vez mayor ímpeto vociferador.

Cierto día, de cuello – somnoliento -, vertió lágrimas cuando el papá insistió que él iba a conseguir hablar lo que se prendió en su garganta.

Otra agua se derramó poco después en aquella noche, y no era la lluvia de las nubes, pero la mía. Y no escurrían por las mejillas, pero se rastreaban cruzando mis entrañas: por donde pasaban llevaban el dolor.

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